El «otro» lanzado

Estructurar nuestras sesiones de entrenamiento, racionalizar nuestros movimientos, buscar los ejercicios más prácticos y efectivos y en definitiva, hacer que cada lance cuente es un camino.

Un camino que, en teoría, nos debe llevar de la manera más rápida posible a alcanzar un alto nivel de lanzado. No siempre es así.

 

Otro tipo de entrenamiento

Existe otro tipo de práctica de lanzado, sin embargo, que en alguna ocasión he comentado y que me parece del todo fundamental. Son aquellos ratos en los que cogemos la caña y salimos de casa a un parque tranquilo cercano a dibujar unos cuantos bucles en el aire. Sin ninguna idea ni plan. Tan solo queremos desconectar de todo un rato y dejarnos llevar por las sensaciones que produce el peso de una línea, el ritmo acompasado de un lance y la estética de un buen bucle. Nada más. Ni nada menos.

Me parece que fue Mel el que definió la pesca con mosca como la excusa perfecta para desconectar de todo y estar en contacto con el río y la naturaleza. Os puedo asegurar que cuando no hay pesca, el lanzado es una maravillosa excusa para relajarnos un rato, meditar, recargar pilas, respirar profundo, dejar la mirada perdida y estirar los músculos.

Este otro tipo de prácticas de lanzado es, en muchos casos, el que mejor encaja con la personalidad y objetivos de muchos lanzadores. El encasillar el lanzado y su práctica como algo puramente técnico, lleno de conceptos y movimientos a controlar de manera obsesiva es un error. Un error y un riesgo ya que en algunos casos puede acabar pasando factura y quitar el gusto y las ganas por lanzar.

Yo, de manera regular, combino los dos tipos de prácticas. Días en los que me centro en aspectos concretos y técnicos y muchos ratos en los que lo único que quiero es sentir algo de hierba debajo de los pies y un poco de sol y viento en el rostro.

Ambos enfoques se complementan y potencian de maravilla. Y de momento, me debe funcionar porque el lanzado es algo que me gusta más cada día. Y llevo ya algunos años.