Reflexiones profundas de Sakura, primo de Haitaku

      Este relato es continuación de la popular saga de Haitaku del blog y su búsqueda incansable del auténtico lanzado y su significado. Es muy recomendable leer los anteriores capítulos para entender el espíritu y razón de ser de esta original serie literaria.

El siguiente relato está firmado por el maestro Alejandro Viñuales.


Sakura había visitado el día anterior a su primo Haitaku en el monasterio Saolín, y mientras sumergido hasta el pecho en el agua del arroyo, frotaba el duro lomo del viejo elefante comunal, reflexionaba sobre lo que Haitaku le había contado.

“Pero, si el lanzado que es, es el que no es, ¿qué diferencia hay entre lanzar y no lanzar, y entre saber lanzar y no saber lanzar?, ¿y por qué es tan importante para todos nosotros saber lanzar?”

Sakura miró a una mariposa blanca que libaba en el fango salado de la orilla. Una repentina ráfaga de viento azotó el agua y la mariposa se elevó, aleteando torpemente, hacia la copa de una higuera. Una golondrina llegó rodeando la higuera, y en un rápido giro atrapó a la mariposa y desapareció tras la curva del río.

“La mariposa vuela, pero no domina el viento. La golondrina también vuela, y además domina el viento. La golondrina ha atrapado a la mariposa ¿Vuela entonces mejor la golondrina que la mariposa? ¿Es la clave del lanzado dominar el viento?”

Sakura llevaba tres meses en la escuela Rinzai Zen, y no le parecía que su lanzado hubiera mejorado. Aquella mañana le había comentado a su maestro Kigen San esta opinión, y su maestro le había respondido con un haiku del poeta Dogen Kigen: “Si mantenéis las manos cerradas sólo atrapareis unos pocos granos de arena. Pero si abrís las manos, tendréis toda la arena del desierto”. Sakura había meditado sobre los versos hasta que creyó atrapar la esencia, imposible de expresar con palabras, del poema. Salió a lanzar al estanque, pero no logró que esa esencia, que ahora percibía como una ondulante luz azul, dibujara nuevas formas en su línea.

La tarde olía a higos maduros. El viejo elefante que Sakura estaba cepillando agitaba lentamente las orejas y se mantenía arrodillado en lo más profundo de la poza, donde no conseguía sumergirse más allá de media espalda. Sakura dejó volar su imaginación y el elefante se convirtió en la diosa Ganesha. Ganesha manejaba una caña blanca y una línea roja que se extendía más allá de donde la vista alcanzaba. Sakura intentó captar cómo lanzaba Ganesha, si empujaba o tiraba, si se esforzaba o no; pero sólo podía ver el extremo de la caña siguiendo una recta perfecta, y la línea roja extendiéndose más allá de las nevadas montañas.

El grito de un mono le apartó de su visión. “Esa línea recta, esa línea recta…”, pensó Sakura. En un estallido silencioso y brillante le llegó la respuesta. Sakura golpeó excitado el agua mientras se repetía, gritando silenciosamente, una y otra vez: “Para que la punta de la caña siga una línea recta, la mano debe seguir una línea curva. Para que la punta de la caña siga una línea recta, la mano debe seguir una línea curva…”.

El viejo elefante decidió que era hora de volver a la fresca cuadra del monasterio y se levantó lentamente, formando olas perezosas que lamieron el barro de la orilla y provocaron un remolino de pequeñas mariposas asustadas. Sakura le miró, aún pensando en la extraña relación que había encontrado entre lo torcido y lo recto. El extremo de la trompa del elefante rozaba el agua cuando el elefante resopló provocando algunas burbujas en la superficie. Sakura sólo tenía ojos para la trompa, que formaba una especie de amplia y alargada S, y creyó comprender el mensaje de Ganesha.

Mientras regresaba al monasterio a lomos del elefante, rozando las copas de los sicomoros que bordeaban la senda, su mano dibujaba alargadas eses mientras manejaba una imaginaria caña, cuya soñada punta se desplazaba horizontalmente en una sublime línea recta.

El placer de la iluminación dio alas a su espíritu, y Sakura, incapaz de esperar a llegar al monasterio, comenzó a explicar a su montura la trascendencia de su hallazgo: “Viejo Orejotas, el lanzado recto es el que no es recto, el lanzado recto nace de una curva como la de tu trompa, como el recto camino de la virtud camina por senderos tortuosos. Y lo he descubierto yo sólo, sin la ayuda de nadie, bueno, con la ayuda de Ghanesa, pero sin la ayuda de ningún hombre. Algún día seré tan conocido como Tai Tse, que dicen que podía formar un círculo perfecto con 20 metros de línea, un círculo que nacía en su mano derecha y ponía la mosca en su mano izquierda, pero Haitaku asegura que eso es sólo una imagen de la rueda de la vida… Haitaku se caerá de culo cuando se lo cuente”.

E imaginando la cara que pondría Haitaku, Sakura comenzó a reír. El elefante acompañó su risa con un barrito que sobresaltó a una bandada de arrendajos. Los pájaros volaron sobre sus cabezas en un círculo lanzando irritados graznidos antes de perderse entre los árboles, como pinceladas fugaces de negro, blanco y crema con luminosos destellos azules, entre el verde inmóvil del follaje.

Al llegar ante la puerta del monasterio bajó del elefante deslizándose por un costado, sin esperar a que los encargados de las cuadras se hicieran cargo del animal, y corrió hasta las habitaciones del maestro Rigen San subiendo de tres en tres los gastados escalones de piedra. El maestro estaba sentado ante la ventana, sobre una esterilla roja, en la posición del loto con un tazón de te entre las manos. Levantó la afeitada cabeza al ver entrar a Sakura y espero en silencio a que explicara el motivo de la visita.

Sakura inclinó la cabeza en un apresurado saludo y comenzó a hablar.

Maestro, he tenido una visión de Ghanesa, y he comprendido la gran paradoja del lanzado: para que la punta de la caña siga una línea recta la mano debe seguir una línea curva, una línea que baja y serpentea como la trompa del elefante.

Sakura miró al maestro, henchido de orgullo, seguro de recibir su aprobación; pero el maestro se limitó a levantar el tazón y sorber lentamente un poco de te. Luego se levantó y miró por la ventana. Del patio del monasterio subían ruidos de cadenas que un monje colocaba al elefante, preparándole para arrastrar un pesado tronco que debía llevar al taller de carpintería.

Sakura, ven aquí, a mi lado, y mira atentamente la trompa del elefante—. Rigen San habló amablemente, pero Sakura no pudo evitar sentirse inquieto por estas palabras. No eran las que estaba esperando. Se acercó a la ventana y observó la escena del patio.

¡Viejo Orejotas! — Llamó el maestro, y el elefante levantó la cabeza, reconoció a su amigo, levantó la trompa, la extendió como si quisiera tocarle, y barritó con alegría.

¿De qué trompa curva hablabas? La del Viejo Orejotas puede ser tan recta y firme como la muñeca de Tai Tse cuando efectuaba su famoso lanzado a la luna— Mientras hablaba, Rigen San saludaba con la mano al elefante, y el elefante mantenía la trompa recta en alto y agitaba las orejas saludando al maestro.

Maestro—, protestó algo indignado Sakura —me refiero a la postura de la trompa cuando el elefante está en reposo. Mire, si yo lanzo y el brazo desciende, dibujando una serpiente al acecho, la punta de la caña se mantiene en una línea recta.

Sakura tomó la escoba de retama apoyada en un rincón de la humilde habitación del maestro y con su ayuda mostró lo que quería decir.

Rigen San solicitó la escoba con un gesto y, sin decir palabra, movió la mano en una línea recta manteniendo la muñeca inclinada hacia atrás, y la punta de la caña no giró ni un ápice.

Pero no habéis girado la caña—, protestó Sakura.

¿Y por qué tengo que girar la caña? ¿No querías una línea recta?

Maestro, al lanzar giramos la muñeca.

Sakura, para lanzar no utilizamos una escoba.

Al ver la cara de desánimo que Sakura había puesto al escuchar esta frase, Rigen no pudo evitar una sonrisa. Se inclinó ante Sakura con respeto y continuó hablando.

— Sakura, has encontrado uno de los caminos, pero sigues sin conocer todo el territorio. Es un error pensar que la verdad del lanzado está en un gesto, sea el que sea. Un buen lanzador debe ser flexible en el uso de su herramienta, que nosotros concebimos como una representación del universo. ¿El elefante mantiene su trompa inmóvil, en una misma postura? No, el elefante adapta su trompa a las circunstancias, y por eso la trompa le es tan útil. Si queremos que el lanzado nos sea útil no lo convirtamos en un fósil, en algo muerto y tan inmóvil como la piedra que lo alberga.

El maestro calló y volvió a sentarse en la posición del loto. Sakura saludó y salió de la habitación caminando de espaldas en señal de respeto.

Mientras descendía lentamente por los gastados escalones de piedra, Sakura reflexionó sobre lo que había aprendido, y siguió haciéndolo mientras se dirigía a la cocina, donde debía colaborar en la elaboración de la cena. En la puerta de la cocina sus meditaciones encontraron una respuesta. Volvió a sonreír y dejó que la respuesta se transformara en palabras: “Sólo he encontrado un camino, es cierto, pero este camino lleva muy lejos. Más lejos de lo que ha llegado Haitaku, practicaré en este camino y se lo demostraré la próxima vez que nos veamos”.

Cuando Sakura entró en la cocina fue recibido por las indignadas palabras del cocinero, que le reprochaba la tardanza, pero Sakura no se sintió ofendido, porque Sakura se consideraba un gran lanzador que estaba por encima de las pasiones humanas. Sin embargo, no desdeñó el trozó de pastel de arroz que el cocinero le tendió en gesto de conciliación, y lo devoró con un ansia que un observador imparcial habría considerado más propia de un niño hambriento que de un lanzador hermanado con los dioses.

                                                                                                Alejandro Viñuales