Sonríe, por favor

Cada vez somos más los pescadores que devuelven sus capturas. Tremendo acto de generosidad, altruísmo e impulso ecologista, no es en verdad, más que un darnos de bruces con una realidad llena de sentido común: si las mato me quedo sin pesca. 

Sin embargo, me empieza a preocupar el despliegue de las habilidades fotográficas de las que todo pescador conservacionista que se preste parece querer hacer gala. Después de una ardua pelea, el pez extenuado, se ve sometido a una serie de prácticas creativas de dudoso beneficio para el animal.

Truchas en la hierba durante el rato que dure la sesión fotográfica, truchas estranguladas por el vientre para que se queden quietas mientras con la otra mano enfoco, postureos diversos con la caña en la nuca y el pez apuntando a la cámara a modo de bazoka, etc… son creaciones artísticas que estoy seguro al que menos gustan es al pez. Fotos en las que el pez se convierte en una simple herramienta decorativa para autoexhibición del autor.

Sin tener ninguna certeza científica de que este comportamiento afecte al agotado pez de alguna manera, creo que como pescadores conservacionistas comprometidos debiéramos esforzarnos en un tratamiento más sensible y sobretodo que implique una fulminante devolución.

Abogo por una rápida foto del pez dentro de la tomadera sin ser sacado del agua del todo y una inmediata liberación. En peces grandes la práctica de reanimarlos cuanto antes con pequeños movimientos de baibén sujetados con toda las suavidad posible, nada más llevados a la tomadera y después de la foto, es del todo prioritario.

Fotos menos impresionantes para el fotógrafo-pescador pero desde luego mucho más estéticas y delicadas. Y mucho más seguro para el pez.