
Te oigo
Tras haberme leído durante muchos años todo lo que ha caído en mis manos sobre los sentidos de los salmónidos, he llegado a una conclusión: para cuando una trucha ve nuestra mosca, las posiblidades de que nos haya oído y sea consciente de nuestra presencia son altísimas. En otras palabras, es el oído su principal y primera herramienta de alerta y detección de peligro.
La línea lateral del cuerpo de una trucha funciona como un órgano de detección de sonidos y es el receptor encargado de percibir las vibraciones. Este sistema de nervios se extiende a lo largo de todo el costado de la trucha como una fina línea. Al llegar a la altura de los ojos, se arquea hacia delante por encima de los ojos y mandíbula inferior.
El sonido viaja cinco veces más rápido (y audible) en el agua que en el aire en la misma distancia. Cada vez que caminamos por el lecho de un río, pisando la grava o piedras del fondo, estamos siendo escuchados clara y nítidamente por todos los habitantes salmonícolas de los alrededores.
Las posibilidades hablan de que para cuando realizamos el primer lance, gran parte de los peces se encontrarán en un grado de alerta y nerviosismo tal que, a pesar de permitirles seguir comiendo con aparente normalidad, transformará seriamente su comportamiento y previsibilidad, afectando nuestras posibilidades de engañar alguno.